Jugando al fútbol en la entrada al Museo Reina Sofía, con Gustav y algunos de sus compis de colegio, hubo uno, Teo, que dejó de jugar para quedarse con ella y protegerla de los balonazos de los demás. Se acercaba a mi y me decía, ¿por qué no habla?
Y es que la mariposa hablaba muy muy bajito, como una princesa oriental, casi casi susurrando, llamando la atención cada vez más, del pequeño monicaco Teo. Lleno de churretes pero con una carita preciosa.
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